Páramo de Santurbán

Hacia las nubes.

Juan José Escobar Gil
Camera Lucida
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7 min readJun 9, 2020

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Los filos agudos del sistema de páramos de Santurbán sobre la cordillera Oriental de los Andes colombianos, amanecen como una dentadura descubierta al viento. Desde una angulosa colina, iniciaba la primera expedición fotográfica Santurbán, gracias y organizada por el Refugio Piedra Parada. Por cuatro días, un grupo de fotógrafos estuvimos recorriendo los parajes de este páramo, uno de los ecosistemas más extraños que hay en el planeta, no solo por su rareza, que los ubica únicamente en la alta montaña ecuatorial del mundo, y de vital importancia para el ciclo del agua de estos lugares; además, ocultan una misteriosa magia, dando la sensación de ser el hogar de espíritus en la niebla, en el agua, en el viento…

Camino al páramo

El clima no fue nada favorable. Desde que partimos del refugio en el municipio de Tona, más precisamente en el corregimiento de Berlín, a unas 2 horas al oriente de la ciudad de Bucaramanga en el nororiente colombiano, las nubes indicaban días oscuros y precipitaciones constantes, nada de extrañar para la época del año y las condiciones en la alta montaña tropical. Todavía más complejo, era aventurarnos a retratar un lugar del que no nos querían dar señales, y por lo tanto no podíamos investigar, dejándonos a la deriva armándonos de equipos habituales y livianos para las condiciones.

Nicolás y los demás integrantes del Refugio consiguieron el patrocinio para alimentación, transporte y carpas, todo con el fin de retratar la belleza de un páramo que se encuentra bajo un constante asedio. Los páramos colombianos, viven sobre el límite de los conflictos por el territorio, no siendo aptos –en su mayoría– para el cultivo, los han transformado en zonas de pastoreo para ovinos y vacunos, que han puesto en jaque las sucesiones vegetales del ecosistema, impidiendo su mayor beneficio, la regulación hídrica a otros ecosistemas. Pero ha empezado a tomar más protagonismo otra amenaza, la mega minería. Diferentes movilizaciones tanto a nivel nacional como local, han generado su rechazo a estas propuestas para apropiarse de un territorio sagrado y de vital importancia para muchas poblaciones.

Pero nuestros ojos atendieron otro panorama. Por una trocha cruzamos fincas usadas para el cultivo de cebolla y papa. El corregimiento de Berlín es uno de los lugares más representativos en el país, en cuanto a cultivos de cebolla larga se habla, pero este maravillo contraste entre el brillante de la cebolla y los decolorados tonos de la vegetación de páramo, se pagaron a un alto precio. Durante un poco más de una hora y media, trayecto en carro desde el Refugio Piedra Parada, hasta el campamento, las condiciones del ecosistema eran lamentable. “Es uno de los páramos más golpeados que he visto en el país, es más, prácticamente no hay páramo”, dije a Gabriel Eisenband un reconocido fotógrafo de naturaleza en toda Colombia. “No sé qué vamos a fotografiar”, me confesó observando desde el asiento del vehículo. Fue bastante sorprendente para todos, ver un puñado de bajos frailejones, pues ya nos acercábamos a los 3700 msnm, sin haber visto la vegetación esperada para dicha cota. A penas unas cuantas gramíneas se mecían con la brisa. Y era más que evidente la razón de semejante degradación: expansión de la frontera agraria.

El complejo Santurbán está protegido por 5 Parques Naturales Regionales, la mayoría de ellos en territorio de Norte de Santander. Su extensión es aproximada a las 142 mil hectáreas, una cifra nada despreciable y de gran importancia tanto para la economía local, para la historia nacional por ser un lugar sumamente estratégico y fronterizo. Sin mencionar, por supuesto, el recurso hídrico, que no solo abastece varias poblaciones en Colombia, sino además, alimentan el lago de Maracaibo en Venezuela, el cual se encuentra entre los 19 lagos más grandes del mundo.

En la Montaña.

La bruma era sumamente densa, y la vista al llegar al campamento oscura… Apenas desmontamos equipajes, tuvimos tiempo para salir a realizar un reconocimiento del terreno, buscando los lugares más adecuados para el registro fotográfico. Vaya sorpresa nos llevamos cuando entre la niebla y los pajonales, ya por encima de los 4000 msnm, nos encontramos con valles profundos, escarpadas rocas, campos con diferentes tipos de frailejones, humedales y espejos de agua de más de 40 metros cuadrados. Sobre estas alturas, la dolorosa imagen y degradación de las tierras más bajas, casi se sentía ajena. Empezamos a dejarnos llevar por el hechizo de las rocas.

Gustavo Acosta un increíble y entusiasta fotógrafo de paisajes, cofundador de Keeping Nature — Biodiversity & Conservation; Gabriel y yo, nos lanzamos sobre el acenso a los riscos que custodiaban una enorme laguna. Del otro lado de las laderas escarpadas, desafiando la niebla y con ayuda de un feroz viento, nos encontramos con una intrincada cordillera que seguía extendiéndose hacia el sur. Entre las pocas luces que aún guardaba el día, se lograba divisar un fragmento del Cañón del Chicamocha y la Mesa de los Santos, como si se tratara de una rebanada que le habían quitado a la cordillera, plagada de pendientes largas presidiendo altas montañas. Con la promesa de un lugar dónde pudiéramos retratar el amanecer y los próximos días, regresamos entusiastas al campamento.

El tercer día despertó algo confuso, pero con gran velocidad, el sol tomó su lugar como domador del cielo. La vista hacia el norte dejaba ver la mandíbula afilada de las cimas del complejo de páramos, marcando la divisoria de aguas y los lejanos secretos donde afloraba el río Catatumbo. Con Gustavo no dimos espera para aventurarnos a recorrer el enorme valle que nos rodeaba. Casi corriendo entre los nubarrones y los frescos rayos del sol, buscamos la luz y la textura que aquel extraño páramo nos ofrecía.

Unas semanas atrás, había tenido la oportunidad de recorrer los páramos que circundan el Volcán Nevado Santa Isabel o Poleka Kasue, en el Parque Nacional Natural los Nevados, como parte del proyecto Cumbres Blancas Colombia, que está documentando y visibilizando los glaciares del país, próximos a extinguirse en las siguientes décadas. Es indudable escuchar cómo cada uno de estos territorios, tienen lenguajes especiales y dinámicas, que aunque parezcan iguales, no lo son. Para un cronista y fotógrafo de montañas, los páramos representan un gran desafío, pues son paisajes que a primera vista se sienten monótonos, se escucha el mismo silbido fino y constante que aturde las manos. Pero cada uno guarda un curioso secreto, se recorren diferente, el frío es diferente, la noche turbulenta, se disfraza con tantas máscaras que el conjuro de las alturas lleva consigo un sin número de voces.

Al llegar a una cornisa, nos aproximamos a lo que parecía la cima de picos que rodeaban el valle donde se encontraba el campamento. Las nubes que subían estrepitosamente sobre el borde de roca, se deshacían con tanta rapidez y la figura de Gustavo se acojonaba, disminuyendo por poco como los frailejones que nos cercaban. Lentamente, la cortina de nubes corrió hacia el suroccidente, despejando un cañón sumamente profundo, revelando el marco de la pared. Unos 30 o 40 metros de roca inclinada con diminutas terrazas de vegetación. La línea en la transición de ecosistemas era tan perfectamente marcada, se hubiese podido trazar con un lápiz desde la distancia. Un corto abrazo supuso el triunfo de encontrarnos ante tanta belleza, sellando a la vez, una amistad que nos impulsaría a otras cimas y cordilleras.

La sensación que me vino fue extraña. A pesar de estar por encima de los 4100 msnm, mirando a los bosques y selvas que corrían sin frenos por la cordillera; manifesté una gran cercanía con cada uno de los ecosistemas que observaba, como si se tratara del mismo ser vivo, la misma estructura orgánica acentuada sobre el manto de roca. Aquel instante, me llevó a experimentar las montañas como un cuerpo integrado, desde la base hasta sus amuralladas crestas. No mirar el páramo como una isla solitaria sobre las alturas, todo lo contrario, como un órgano fundamental para el funcionamiento de un ser vivo: la Montaña. Solo había sentido algo similar años atrás mirando a las lluviosas selvas del río Atrato, desde la cima del Páramo del Sol, donde se puede ver la vegetación respirando hacia la cordillera.

La última mañana, nos dispusimos a partir de regreso a la cima, buscando un camino más corto al previamente tomado. El frío fue aterrador y oscuro. Expuestos a fuertes vientos y un grueso banco de nubes, llegamos a pensar que no lograríamos mucho aquella mañana, pero cortos guiños de luz comenzaron a saltar, desnudando montes y rocas. Una visión de los corredores de la niebla. Partimos de la montaña, llevando con nosotros los parajes que protegían lagunas, humedales y bosques de frailejones, nuestro hogar por unos días.

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